La persona que es el
terapeuta
Por
Pamela Levin
Una observación trivial puede
resultar ser el punto central de la dirección de una vida. Así me pasó a mi; estaba viviendo en Berkeley, me había
mudado allí desde Pensacola, Florida y Boston, Massachussets, donde había trabajado en el campo de la
rehabilitación del alcohol y la enfermería médico-quirúrgica, respectivamente. Un día, con una amiga,
dije:”necesito un trabajo”. Ella me respondió con una pregunta: “Qué harías si pudieras hacer cualquier
cosa?”
Me quedé fascinada con su pregunta, segura de que me lo había preguntado de forma
banal, así que de la misma manera yo le respondí: “Trabajaría con Eric Berne”. Unos meses antes , una colega
enfermera de Chicago me había hecho llegar una copia de “Los juegos que juega la gente”. El libro me impresionó, y
después un conocido me dijo que ésta era la gente que aseguraba curar a los alcohólicos.
Pero la pregunta banal de mi amiga resultó no ser nada banal. “Oh, Eric Berne”, dijo.
“Te lo presentaré”. Resultaba que un amigo suyo, que era trabajador social, había estado asistiendo a los
Seminarios de Psiquiatría Social en San Francisco. Le preguntó a Eric si yo podía ir, y éste le dio permiso. Así
que fui, como un flan, una modesta enfermera de 23 años adentrándose a través de la bahía para pasar el martes por
la tarde con Eric Berne. Los asistentes veteranos del seminario se referían a él como a “La Gran Pirámide”, ya que
había tanta gente que se desplazaba a verle que , en su opinión, había adquirido el estatus de una de las
maravillas del mundo.
En los dos años posteriores a mi graduación de la universidad y después de pasar los
exámenes de enfermería, mi insatisfacción con el mundo de la enfermería había ido creciendo a medida que lo fui
experimentando. Entre la fantasía de lo que quería que fuera y la realidad de lo que tenía que hacer, no había
simplemente un pequeño espacio; había un enorme abismo donde mi frustración tenía mucho espacio para regocijarse.
Había pasado por –quizás la palabra soportado es más apropiada- uno de los primeros programas universitarios de
enfermería del mundo: 5 años y medio de universidad que incluyeron 20 horas a la semana de prácticas en el hospital
aglomeradas en 4 años y un verano. La justificación de todo este esfuerzo, nos habían metido en la cabeza a los
estudiantes, era que nos convertiríamos en “enfermeras pensantes”, capaces de hacer juicios independientes, parte
integrante del equipo médico y pagadas de acuerdo con nuestras habilidades (casi podías oír las trompetas sonando
en el ambiente). Hah! En realidad los que nos graduamos éramos anomalías en el mundo de la enfermería. Nuestros
títulos universitarios no nos harían llegar muy lejos. Nadie quería nuestras opiniones sobre nada, sólo querían que
llevásemos las medicinas a tiempo y a callar.
Pero entonces estaba Eric, que decía cosas como “si realmente quieres saber qué le
pasa a un paciente, habla con una enfermera”. Y él incluía a las enfermeras y sus opiniones en las reuniones de
equipo en el Saint Mary, el
hospital dónde visitaba. Y quería mi opinión! Así que supe que tenía que tener una, y
buena, o irme. Decidí quedarme.
Durante esa época, el círculo íntimo del seminario – Claude Steiner, Muriel James,
Steve Karpman, Pat Crossman, Jack Dusay, Dorothy Jongeward, Viola Callaghan, Ken Everts, joe Concannon y otros,
estaban inventando un programa de entrenamiento en A.T., en el que al final acababas con algo llamado “Afiliación
Clínica” en el “club de Eric”. El club de Eric era algo que habían llamado de forma irreverente “Asociación
Internacional de Análisis Transaccional”. Se reían de ello porque parecía muy exagerado en la época pensar que
pudiera haber ningún miembro internacional. Todos eran miembros clínicos, y yo también deseaba serlo. No tuve ni
idea hasta años después que todos habían sido “acunados”.
Me resultó difícil encontrar un lugar que apoyara a una enfermera desconocida y que
me dejara participar en grupos bajo supervisión; todavía doy las gracias al ya fallecido Joe Concannon por
apoyarme, y a Pat Jarvis, psiquiatra, por dejarme llevar grupos en su sala del hospital Oakland Naval. Cuando
completé los requisitos, hice mi examen clínico para suspender, no por no saberme el material, sino por “sabérmelo
demasiado bien”. En shock, y sin saber qué más hacer, me negué a suspender y me dijeron que justo habían creado una
categoría especial llamada “Afiliación Clínica Limitada”, que sí que estaban dispuestos a darme. Significaba que
sólo podría practicar AT en clínicas y hospitales bajo supervisión. Yo no quería estar “limitada” a nada: por eso
decidí salir del campo de la enfermería hospitalaria! Así que me negué y apelé contra su decisión. En aquella época
no había procedimientos de apelación, así que se inventaron uno. Me devolvieron las tasas de examen y, después de
lamerme mucho las heridas en privado, hice el examen de nuevo al cabo de seis meses. Les dije que si esta vez no
aprobaba, mis abogados se pondrían en contacto con ellos. El examen fue muy fácil, pocos examinadores me
preguntaron, y aprobé.
Después descubrí que el panel de la ITAA tenía que reunirse el domingo para aprobar
la categoría de “Afiliación Clínica Limitada”, pero mi primer examen fue el viernes por la noche anterior! Lo que
ocurrió fue que, como habían 450 trabajadores sociales desempleados en el área de Bay durante ese tiempo, la gente
temía que se abrieran las compuertas para las enfermeras y que ellos se quedaran en la ruina. Pero no ocurrió nada
de eso. Muy pocas enfermeras se han convertido en Afiliados Clínicos, así que todo el mundo prosperó. Fue una
lección de potencia. No me gustó la manera en se llevó a cabo, pero tenía que hacerme valer o no conseguirlo. No
más enfermeras tímidas!
En privado, incluso inconscientemente, sé que me atrajo el AT por razones
profesionales y personales. Con mi vida profesional en AT empezándose a establecerse, pude poner mi atención en lo
personal. En resumen, esto se añadió a hacerme querer estar cerca de Eric y el círculo íntimo porque quería ser la
primera en la fila cuando encontraran la manera de arreglarlo.
Entonces, mientras estaba organizando un programa de tratamiento de día para un
hospital privado del área de la bahía, Jacqui Schiff vino un día a hacer una demostración de nuevas técnicas, bajo
la etiqueta de “trabajo regresivo” y “parentalización correctora”. Su hijo por contrato, Eric, tocaba la guitarra
para el personal y los pacientes, y en un momento, se transformó en un niño regresivo, que chillaba. Casi salí por
el tejado. Si mi trabajo no estuviera en juego, me hubiera fugado como una gallina atemorizada. Sabía que tenía
algo delante que respondía a esa parte de mi que no podía ni nombrar, y lo ODIABA. Pero también supe que había algo
aquí que estaba buscando. Con cautela, empecé a aprender un poquito sobre ello, manteniendo una distancia
cuidadosa, pero asistiendo a los seminarios de Jacqui de vez en cuando. Empecé a aprender un poco sobre cómo
hacerlo (y también aprendí maneras de NO hacerlo). Armada con esa información Adulta, me fui en busca de un lugar
dónde hacer el trabajo, buscando un lugar seguro dónde aterrizar. Encontré algunos sitios y empecé a hacer mi
propio trabajo regresivo en algunos momentos a lo largo de los años hasta que la gente adecuada apareció y pude
entonces completar aquellas motivaciones del Niño inconsciente que habían constituido una fuerza tan grande como
para irremediablemente querer quedarme con el AT y su organización a pesar de las dificultades. Ofrecer a mis
clientes lo que estaba aprendiendo fue un fruto natural de mi trabajo personal. Era como tener un pozo profundo del
que podía sacar lo que necesitara, y lo que necesitaran, también. Así que, de alguna manera, mi infancia
disfuncional se convirtió en un regalo; por haber estado tan incómoda, había sido un requisito curarme, y de la
curación vinieron las herramientas y recursos para tener éxito profesionalmente y para ofrecerlos a otros, que
también los necesitaban.
Para ofrecer un ejemplo de lo que quiero decir, aquí presento una escena:
En mi vida adulta, el problema es, que estoy tan tensa y rígida que por las noches
muevo mi espalda hacia atrás mientras duermo. Nunca cambio la posición, y siempre duermo con la misma exacta
postura cada noche. Sigo este tema de forma regresiva, yendo hacia atrás y hacia atrás hasta que tengo 6 meses de
edad. Estoy en un hospital. Mi madre no está en ningún sitio, ni siquiera una vaga presencia. Me siento fatal. Las
enfermeras entran y salen de la habitación ocasionalmente, clavándome agujas. Lloro, grito, pero no hay consuelo y
al final me rindo. Entonces mi padre viene a verme, y de nuevo lloro para pedir ayuda. Estoy atada, sin poder
moverme, con cuatro correas, una en cada extremidad. Es exactamente la misma posición en la que duermo durante mi
vida adulta! Mi padre se acerca a mi cuna, mi esperanza aumenta, y después cae. Señala a las enfermeras y después
se marcha. Con mi lógica de Niño, interpreto el mensaje: “Sé como ellas y sobrevivirás”. Ese es el momento preciso
en el que decidí ser enfermera. En el trabajo regresivo con una terapeuta que acuerda ser mi madre
durante suficiente tiempo como para permitirme trabajar este tema, recobro mi capacidad para gritar, llorar,
denegar, y ser efectiva. Ella y un par de asistentes sujetan una sábana encima de mi de manera que no puedo moverme
ni hacia arriba ni hacia abajo, sólo de forma horizontal, como cuando estaba atada. Y
cuando estoy gritando todo lo fuerte que puedo gritar, ella rasga la sábana en dos,
diciendo, “No le puedes hacer esto a mi bebé, aléjate de ella!” Y los manda fuera, me coge en brazos y me mece y me
calma, asegurándome que no se marchará. Y yo me duermo en un sueño profundo y sanador. Y cuando me despierto y
crezco, descubro que no tengo que ser ELLAS (las enfermeras), puedo ser YO, y descubro que SÉ que soy poderosa
(puedo hacer que mi mamá cuide de mi)!
Este trabajo personal, sucesivamente, alimentó mi compromiso profesional de proveer
una nueva y sana infancia por todos los años del niño más íntimo en mi y en mis clientes. A menudo, significó
inventar maneras de pensar en las cosas, y maneras de curar, ya que no teníamos mapas excepto nuestro propio
proceso para guiarnos. Viendo lo que tenían en común todas estas personas es lo que me mostró a simple vista el
ciclo del desarrollo, hasta que eventualmente pude ver cómo estamos diseñados para crecer, no sólo en la infancia,
sino en la vida. Con anterioridad había creído que una vez satisfechas las necesidades de este niño íntimo, ya no
las sentiría, pero este no es el diseño de la naturaleza. Estamos diseñados para continuar el ciclo del crecimiento
a lo largo de la vida, repitiendo las mismas etapas en la edad adulta que en la infancia. Y sigo
creciendo.
Traducido por Laura Solana
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